Hoy en día los algoritmos son abundantes para la fijación de precios de los mercados de bienes y servicios. Algoritmos que pueden resultar beneficiosos siempre y cuando sean capaces de darnos información personalizada respecto a los bienes y servicios. En ocasiones los algoritmos pueden resultar positivos cuando los productores premian a los consumidores para aumentar la fidelización.
Desafortunadamente, los algoritmos también son empleados para tratar de extraer el excedente máximo del consumidor. Argüiré esta cuestión acudiendo a las definiciones elementales de la Microeconomía. En competencia libre las empresas que producen un mismo bien o servicio garantizan un mismo precio para los consumidores. Esta es una de las bondades de la libre competencia. En cambio, en situaciones de monopolio existe discriminación de precios a los consumidores de diferentes grados.
Un primer tipo de discriminación de precios de tercer grado. Se da esta situación cuando una empresa monopolista puede fijar precios distintos a diferentes grupos de consumidores. Esta discriminación puede ser por sexo, por edad, por región, por país, etc. En este caso es necesario que la posibilidad de que un especulador compre a unos y venda a otros no sea posible.
La discriminación de precios de segundo grado es el segundo tipo de discriminación. Esta discriminación se da cuando el empresario monopolista fija precios por volumen de compra o por alguna característica especial del bien o servicio.
El tercer tipo de discriminación es de primer grado. En este caso el empresario monopolista fija el precio máximo al consumidor que éste está dispuesto a pagar.
La competencia libre se fundamenta en que las empresas son precio-aceptantes. Esto es, que las empresas en competencia aceptan el precio que surge en la industria como consecuencia de la interacción de la demanda y la oferta. Por ello, las empresas solo fijan precios cuando están en situaciones de monopolio o ejercen un claro dominio en el mercado.
Los algoritmos empleados por las empresas tecnológicas favorecen la práctica conocida clásicamente en la teoría económica del monopolio como discriminación de precios de primer grado, explicada anteriormente. En este caso el monopolista tiene información para fijar el precio máximo que está dispuesto a pagar el consumidor por un determinado bien o servicio. La consecuencia es que el monopolista o empresa con poder de mercado se apropia de todo el excedente del consumidor. Es decir, de toda su capacidad de pago por ese bien o servicio. Esto choca esencialmente con los principios básicos de la competencia libre. En tales principios el bienestar se consigue sumando el excedente del productor con el excedente del consumidor. Si el monopolista y productor se apropia de todo el excedente del consumidor el bienestar será únicamente generado para el productor monopolista.
Con todo lo anterior, parece recomendable que las compañías tecnológicas utilicen adecuadamente la información que tienen de nosotros como consumidores en los algoritmos. En otro caso el aumento de la insatisfacción de los consumidores está garantizado. Esta insatisfacción, incluso infelicidad del consumidor proviene no solo del hecho de enterarse de la discriminación. Esto es, de que otro ha pagado mucho menos por el mismo bien o servicio a la misma empresa. Si no que también proviene del hecho que la distribución de la renta nacional de una región, país o del mundo queda distorsionada a favor de las grandes empresas tecnológicas.
Escrito por Pablo Coto Millán. Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico de la UC
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