El capitalismo es un sistema más complejo que cualquier otro sistema económico conocido, ya sea el socialismo, el comunismo o cualquier otro sistema de planificación central. Los sistemas complejos son más dinámicos, abiertos y adaptativos que los sistemas planificados. Así, de la complejidad surge la vida, y del aumento de complejidad crece la entropía, de la ausencia de complejidad y entropía surge la enfermedad, las patologías, el envejecimiento y la muerte del ser humano.
En organización industrial la entropía es cero en una situación de monopolio y máxima en libre mercado. Con planificación los monopolios estatales y de concesiones hacen que la complejidad y con ella la entropía se reduzcan, con ella se reduce la libertad, la igualdad – entendida como igualdad de derechos y oportunidades – y la justicia.
Hubo un tiempo a finales del siglo XIX en el que se pensaba que la acumulación de capital (edificios de oficinas, fábricas, maquinarias, etc.) era el verdadero motor de la primera revolución industrial. En ese tiempo autores como Ricardo y Marx, consideraban que el crecimiento económico partía de la acumulación de capital.
Smith, como todos los clásicos, considera que la población es una variable endógena. Y no sólo eso: él cree que la población depende –es una función creciente– del stock de capital. Para entender esto hay que saber que, en la concepción clásica, el capital no es sólo capital fijo. Más importante aún que el capital fijo –la maquinaria, los edificios, etc.– es, para los clásicos, el capital circulante. Y, dentro del capital circulante, lo más importante es el “fondo de salarios”; es decir, los adelantos salariales. En la concepción clásica el fondo de salarios regula la demanda de trabajo: a comienzos de cada período los capitalistas fijan el gasto total en mano de obra; y este gasto va creciendo de año en año de acuerdo con la propensión al ahorro de los capitalistas. Por otra parte, la demanda de trabajo regula el tamaño de la población. Detrás de esto se encuentra una teoría de los salarios básicamente demográfica en la cual no vamos a entrar aquí ya que Smith no la usó con demasiada propiedad.
Marx y los seguidores de Marx comenzaron a denominar al sistema económico surgido con la primera revolución industrial como capitalismo. Así, desde entonces empleamos las palabras de capitalismo mercantil referido al periodo anterior como evolución del feudalismo. Aunque también se utilizan las denominaciones de capitalismo industrial o financiero.
El objetivo principal de Adam Smith al escribir La Riqueza de las naciones era sin duda explicar las causas del crecimiento económico. Sin embargo, cualquiera que se acerque al libro de Smith esperando una explicación de por qué unas economías crecen y otras se estancan, por qué unas crecen más que otras o cuál es la chispa que pone en marcha el proceso de crecimiento se tiene que sentir un poco defraudado. La teoría del crecimiento de Smith nos describe un proceso circular en el que la acumulación de capital –y la productividad del trabajo– se “retroalimenta”, de tal manera que, una vez iniciado el proceso, se mantiene de manera indefinida. En realidad, Smith creía que este proceso tendría un fin –el “estado estacionario”– pero es preciso reconocer que nunca llegó a justificar este punto de manera convincente.
Smith ya decía que no todo era acumulación de capital, era necesaria también la productividad del trabajo, y esta depende, según Smith, de tres factores, dos de ellos exógenos –los recursos naturales, y las condiciones institucionales– y uno endógeno, qué él denomina “división del trabajo”. Smith usa este término para referirse a dos fenómenos que él considera inseparables: el grado de especialización de los trabajadores, por un lado, y el progreso técnico, por otro.
Naturalmente, la productividad media del trabajo tiene que estar positivamente relacionada con la división del trabajo. Smith señala también que la productividad del trabajo puede verse influida por las instituciones –algunas leyes y algunas costumbres pueden resultar más favorables que otras para la productividad–, y por la cantidad y la calidad de los recursos naturales disponibles.
Marx para profetizar el colapso final del sistema capitalista argumentaba que la creciente polarización social junto con la pobreza cada vez mayor de la clase trabajadora acabaría tarde o temprano estallando en una gran revolución social que daría paso a la sociedad sin clases. Esta era la gran profecía de Marx. Aunque no parece que Marx haya tenido mucho éxito como profeta.
Carl Menger fue uno de los primeros economistas que propuso a las nuevas ideas y el conocimiento como factor fundamental del crecimiento económico, desafortunadamente hasta Schumpeter en los pocos economistas han trabajado en esta idea.
El principal motor del crecimiento para Schumpeter no es tanto la acumulación de capital como el progreso técnico, el cual proviene del conocimiento, de la actividad investigadora de los científicos y de la actividad empresarial. Schumpeter pensaba que los empresarios son los que determinan en qué dirección va a ir el progreso técnico, porque son ellos los que financian las innovaciones y los que asumen los riesgos de su introducción en los mercados. El empresario shumpeteriano es, esencialmente, un “buscador de rentas”: él asume el riesgo de innovar, lanzando al mercado nuevos productos o utilizando nuevas técnicas, con la expectativa de conseguir rentas de monopolio. Hay que decir que el monopolio en la visión de Schumpeter no es una distorsión de la competencia que el gobierno deba combatir. Los monopolios son para él parte esencial del proceso competitivo, ya que las rentas relacionadas con el monopolio constituyen los incentivos básicos para la innovación. Además, ningún monopolio es eterno: la innovación se encarga de destruir los monopolios establecidos, dando paso a técnicas más eficientes y a nuevos productos, generalmente relacionados con nuevos monopolios.
En mi opinión antes de la acumulación de capital deben de existir ideas nuevas, innovaciones de los emprendedores, que tengan un ambiente institucional que permita su desarrollo. Pienso que Adam Smith acertó con los factores exógenas de los recursos naturales y las condiciones institucionales, pero no acertó tanto con el factor endógeno de la división del trabajo al incluir el progreso tecnológico y la especialización de los trabajadores en el mismo nivel y bajo el mismo concepto de división del trabajo.
En los últimos cuarenta años el motor de nuestro sistema económico (el mal llamado capitalismo) está en las ideas que llevan a cabo los emprendedores y está probado empíricamente que ello se realiza más eficientemente en sistemas como el mal llamado capitalismo que en otros sistemas económicos alternativos.
Las crisis económicas cíclicas son una consecuencia de la propia complejidad en la que algunos sucesos ya sean exógenos o endógenos provocan perturbaciones en los mercados. En esos casos está justificada la regulación e intervención de los Estados para amortiguar los efectos de la crisis sobre la población. Al igual que se emplean medicinas para los enfermos. Sin embargo, tales intervenciones no han de ir más allá de su verdadero objetivo curar a la economía de las perturbaciones transitorias negativas. En otro caso se consolidarán Estados intervencionistas y planificadores cuyas consecuencias para la población serán más devastadoras que las crisis económicas cíclicas. La razón está justificada anteriormente al aludir a sistemas más complejos frente a sistemas menos complejos. Con Estados más intervencionistas se priva de libertad a la población y con ello se limita el verdadero motor económico: el talento humano.
Finalmente, cabe decir que cualquier nuevo sistema económico de mayor complejidad, que conlleve mayor libertad, igualdad y justicia para los seres humanos en sus acciones y emprendimientos habría de sustituir al capitalismo.
Escrito por Pablo Coto Millán. Director del máster de comercio, transportes y comunicaciones internacionales. Master Transcom de la Universidad de Cantabria.
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