En la película de “El Padrino”, de Francis Ford Coppola, existe una hermosa escena que transcurre en un jardín mientras una orquesta ameniza con su música a los invitados. Sentados en unas delicadas sillas y entorno a la mesa mientras la novia del hijo de “El Padrino” saborea una limonada le pregunta a su novio: ¿Cómo lo consiguió? Él le responde: “Mi padre le ofreció un negocio que no podía rechazar”. El negocio que no podía rechazar consistía en la típica extorsión a la que someten los mafiosos cuando alguien no cumple sus deseos.
El crimen organizado surge en sociedades en donde los individuos necesitan protección, por ejemplo, los “robbing bandits” proliferaban en la época feudal, pues bien, en todas las épocas ha habido emprendedores no productivos e incluso destructivos.
Varios autores del pensamiento económico se refieren a esta cuestión de distintos modos. Por ejemplo, los fisiócratas ya dividían las actividades en productivas y no productivas, con poco acierto ya que para ellos solo era productivo lo ligado al sector primario: agricultura, minería, ganado, bosques, etc. El mismo Adam Smith realizó también una taxonomía de actividades más productivas y menos productivas, que no fue muy afortunada.
William Baumol (Baumol, 1993) distinguió entre actividades productivas, no productivas y destructivas, en las primaras existía una clara contribución al conjunto de la sociedad, en las segundas solo existían transferencias de renta de unos individuos a otros y en las terceras se destruía actividad productiva.
Más recientemente Acemoglu y Robinson (2014) clasifican a las instituciones en extractivas e inclusivas y de ahí se derivan actividades extractivas en donde lo único que hay son transferencias de renta de unos individuos a otros e inclusivas en donde las actividades benefician al conjunto de la sociedad. De estas distintas formas de clasificar las actividades en mi opinión la más completa es la de Baumol (1993).
Uno puede pensar que sociedades con más población tendrán más emprendedores y, sin embargo, esto no es así. Los incentivos que puedan tener los emprendedores potenciales les harán emprender o no y los incentivos dependen de las condiciones institucionales.
En Baumol (1993) se plantea que existen emprendedores productivos, improductivos y destructivos. La oferta empresarial varía de unas sociedades a otras, sin embargo, la contribución de los emprendedores varía mucho más. Así existen emprendedores que se dedican a actividades productivas, y otros emprendedores que se dedican en gran parte a actividades improductivas como la especulación – solo hay transferencias de renta de unos individuos a otros- e incluso a actividades destructivas como el crimen organizado. El que se dediquen los emprendedores a estas actividades depende de la rentabilidad relativa que cada sociedad ofrezca a las mismas.
La consecuencia que en mi opinión se puede extraer de este planteamiento es que la política puede influir en la asignación entre emprendedores productivos, improductivos y destructivos. Por tanto, sociedades con políticas que hagan menos rentables actividades destructivas e improductivas y más rentables actividades productivas se verán beneficiadas por la prosperidad y el bienestar.
Referencias:
Baumol, W. (1993): Mercados perfectos y virtud natural. La Ética en los Negocios y la Mano Invisible. Celeste Ediciones.
Acemoglu, D. ; Robinson, J. A. (2014): Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Edita Deusto.
Escrito por Pablo Coto Millán. Director del máster de comercio, transportes y comunicaciones internacionales. Master Transcom de la Universidad de Cantabria.
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