La crisis de la Covid-19 ha generado una tremenda incertidumbre sobre nuestra existencia y futuro. ¿Se acabará la pandemia? ¿Qué vendrá después? ¿Será el inicio de un conjunto de plagas que asolará el planeta Tierra? Todas estas cuestiones nos inquietan desde el confinamiento, vuelven a asaltarnos cada día a medida que van apareciendo nuevas variantes del coronavirus, y el horizonte se hace más incierto.
En la antigüedad las predicciones se realizaban a través de la lectura de vísceras, oráculos y señales astrológicas. En el Renacimiento Leonardo da Vinci, concebía un futuro optimista en la ciencia, medicina e industria. En plena revolución industrial algunos escritores como Julio Verne nos asombraron con sus ficciones futuras que luego se harían realidad. Hoy la ciencia ficción en el cine crea en el imaginario colectivo futuros de holocausto nuclear, de dominio de las máquinas sobre la humanidad y de desastres apocalípticos de todo tipo.
Desde Adam Smith, se dejó de creer que “todo pasado fue mejor”, y se comenzó a creer que el progreso y la felicidad eran cosa del futuro. Luego el avance tecnológico no fue suficiente e hizo falta el desarrollo de políticas sociales. Alcanzar ese futuro feliz dependía solo de nosotros. Fue necesario anticipar el futuro. El futuro puede intentar predecirse con métodos científicos y racionales de tipo causal. Si en un determinado escenario se dan unas condiciones es de esperar que ocurran determinados hechos. Claro está predicciones siempre inexactas y probabilísticas. Los otros procedimientos de predicción, los no científicos, los especulativos desafortunadamente aún hoy siguen teniendo seguidores.
En todo caso los escenarios posibles son al menos cuatro.
Un primer escenario apocalíptico, de colapso total, derivado del cambio climático, de una guerra nuclear, de una pandemia, o de alguna otra causa natural o social.
Un segundo escenario de globalización, automatización e inteligencia artificial, con un cierto progreso no exento de crisis periódicas.
Un tercer escenario de sociedades más frugales, con rigurosas reglas del juego que hagan más sostenible y solidario el mundo.
Finalmente, un cuarto escenario de transhumanismo en el que la tecnología permitirá un cierto nirvana de desarrollo equilibrado, bienestar y respeto a la naturaleza.
Los españoles comenzamos a sentir un futuro de esperanza en la transición, pues pensábamos que, aunque nos llevase más años, al final tendríamos libertad, conseguiríamos un trabajo fijo, nos compraríamos un piso y disfrutaríamos de un cierto bienestar. No obstante, pese a las dificultades de cada uno, seguíamos apostando por un futuro colectivo.
Hoy en cambio las cosas ya no son así. Hoy los españoles miran al futuro desde una posición pasiva. La mayor parte piensan que el futuro no depende de ellos, sino de lo que hagan el Estado, el Gobierno Regional y el Ayuntamiento. Otros piensan que el futuro depende de los avances tecnológicos y lo que descubran los científicos. Finalmente, existe otro gran grupo que consideran que nada depende ellos pues todo está en función de lo que hagan el Estado, los científicos o la inexorable naturaleza conjuntamente. De todos ellos depende el cien por cien del futuro. Este pensamiento es bastante pesimista.
El único modo de ser optimista es recuperar lo que nos hace humanos nuestra libertad o libre albedrío. Implicarnos en proyectos para un futuro mejor. Como en el pasado debemos de ser conscientes de que el avance tecnológico no es suficiente y que deben desarrollarse políticas sociales. Alcanzar ese futuro feliz depende solo de nosotros.
Escrito por Pablo Coto Millán. Director del Master en Comercio, Transportes y Comunicaciones Internacionales (Master TRANSCOM) de la Universidad de Cantabria.
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