El concepto de expectativas racionales fue introducido en la literatura económica por John F. Muth al comienzo de los años sesenta (“Rational expectations and the theory of price movements,” Econometrica, 1961), pero no logró imponerse hasta la década siguiente, gracias sobre todo a la obra de Robert Lucas (“Expectations and the neutrality of money”, Journal of Economic Theory, 1972). La tesis de las expectativas racionales se podría resumir en los siguientes términos:
a) La gente no puede ser engañada de una manera sistemática.
b) Los agentes económicos son normalmente capaces de procesar de la mejor manera posible toda la información a su alcance.
c) Como consecuencia de lo anterior, habría que decir que los agentes económicos son capaces de predecir lo que va a pasar en la economía tan bien como el mejor economista que use el mejor modelo disponible.
Estos supuestos (sin duda discutibles) dan lugar a tres conclusiones importantes:
1) Los mercados –al menos los mercados competitivos, siempre que no estén intervenidos– funcionan de manera eficiente; es decir, se ajustan con suma rapidez; y se ajustan de tal manera que los precios de mercado siempre reflejan toda la información disponible que pudiera afectarlos (hablamos de información pública, es decir, información al alcance de todo el mundo).
2) La política anti-cíclica se hace totalmente ineficaz: no se puede jugar a engañar a la gente, o a ir por delante de los demás, porque la gente es demasiado lista.
3) El análisis macroeconómico tradicional había enfatizado mucho la distinción entre el corto y el largo plazo. Sin embargo, con la tesis de las expectativas racionales esta distinción deja de ser relevante.
En la teoría de las expectativas racionales es muy importante distinguir entre cambios anticipados o previsibles y cambios no anticipados o imprevisibles. En el modelo de Lucas, los cambios en la oferta de dinero, cuando son perfectamente previsibles, dejan de tener efecto: el dinero es “neutral”. El análisis de Lucas venía por tanto a respaldar, desde un punto de vista teórico, lo que Friedman había defendido a partir de consideraciones puramente empíricas. Esto es aumentos de la cantidad de dinero vía aumento de la masa monetaria, de la deuda pública en los países y de otros instrumentos financieros si son perfectamente anticipados por los agentes económicos tendrán efectos nulos.
Si tenemos la vacuna disponible para abril de 2021 es posible que se planeen ya iniciativas empresariales –excepto las directamente relacionadas con el Covid-19- para esa fecha y por tanto esto animará a la actividad económica. Por el contrario, no conocer una fecha para la disponibilidad de la vacuna generaría mucha incertidumbre y más crisis.
Escrito por Pablo Coto Millán. Director del máster de comercio, transportes y comunicaciones internacionales. Master Transcom de la Universidad de Cantabria.
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